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LOS CAPRICHOS DEL CAPITAL SE DAN CITA EN EL TALLER DE PACO RONCERO




“Qué sentido tiene el mundo cuando la mitad de la población se muere de hambre y la otra mitad de colesterol”. Esta frase que pronunció Jesús Quintero en una entrevista reciente es lo primero que sobrevoló mi la cabeza al ver el fantasioso espectáculo gastronómico (su equipo prefiere llamarlo “experiencia exclusiva”) montado por el chef Paco Roncero en el elitista -y un poco añejo- Casino de Madrid. Se trata de un servicio elefantiásico para 8 personas donde a través a una tormenta de luces, olores, sonidos y comida de vanguardia, la gente adinerada tiene la oportunidad de sentirse única a un módico precio de 1000 euros por persona.

Javier Alonso, miembro del PacoRoncero Taller

Según cuenta el número 2 de Roncero, Javier Alonso, la ruta comienza en una tasca de la calle Aduana. Allí los ‘privilegiados’ se mezclan con el populacho antes de su baño de arrogancia. Por la puerta de atrás, el grupo de comensales entra en el edificio y se dirigen hacia una sala blanca impoluta. Una mesa inteligente preside el lugar. Es el epicentro donde transcurren las 2 horas de show interactivo.

Sobre una de las paredes de la habitación sobresalen tubos llenos de aceite. Filas y columnas de oro líquido para realizar catas. Y como es necesario dar un toque de originalidad a la escena, los acompaña un código de barras que ayuda a valorar el líquido. 

Varios proyectores iluminan la mesa con luces de colores recreando formas. El comensal viaja por las estaciones del año y por diversos ambientes: asiático, carnavalesco,... y mi preferido, un picnic. Aquí me detengo.

Recreación de un picnic

¿Mancharse las manos, desplazar a tu chacha hasta la sierra y estar oliendo a choto todo el día? ¡Qué vulgar! ¡Qué pereza! Es mucho mejor imaginarlo y alucinar cuando unas cestitas de comida colgadas de globos de helio que campan a sus anchas por la sala. ¡Milagro, milagro! ¡Cestitas que vuelan! Dice Javier Alonso que con esta recreación “el objetivo es sentirse niño otra vez”. Yo sentí vergüenza ajena.


Lo más surrealista llega cuando, por medio de las luces, aparece sobre la mesa un lienzo rodeado de un marco. En ese momento salen 8 cocineros al redil y con cremas, chocolate y helados realizan un dibujo a modo de “obra de arte personal”. Una legítima ida de olla que precede a un concurso para poner punto y final a la experiencia.

Seta, elemento de atrezzo

Siempre según el chef, los comensales juegan a echar “cremas inglesas de colorines” a una una pirámide de chocolate. Al que mejor postre haya confeccionado le proclaman ganador. Como guinda del pastel, quizás, esta demostración de superioridad de uno sobre el resto sea una acertada metáfora de las consecuencias del más radical capitalismo. Un terreno en el que una persona que paga dos billetes de los lilas por una comida, seguro que se siente muy cómodo.


En el precio quiero incidir. Casi 6 millones de españoles quieren trabajar en su país y no pueden. Los comedores sociales de Madrid están llenos y el Banco de Alimentos de la capital tiene más actividad que nunca. ¿Qué pensarán los que pasan apuros cuando lean que, a unos metros de ellos, hay otras personas que pagan 1.000 euros por comer un día? Me hierve la sangre.


Luces sobre la mesa inteligente

A partir del verano, el espectáculo se amplía en precio, servicios y comensales. Una apuesta directa por la jet set extranjera, cuyas fortunas -habitualmente de dudosa procedencia- campean por las islas Baleares. El equipo de Roncero se trasladará al hotel Ushuaia de Ibiza, donde ofrecerán el espectáculo hasta a 14 personas, todos los días y por 1.500 euros.

Evidentemente, ninguna comida tiene ese coste. Se paga la exclusividad. Sentirse único, especial. Superior. Esta es mi crítica.

El taller de Paco Roncero es una experiencia original, creativa y meditada donde la gastronomía es una excusa para llamar la atención del mundo del lujo. Si hay bolsillos que se pueden permitir pagar por ver un juego de colores, músicas, aromas y alimentos más de lo que cobra un trabajador medio mensualmente, adelante. Están en su derecho. Pero insisto, acercarme a esta realidad solo ha agrandado mis ganas de apostatar de la raza humana. 

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